Paseo en familia
- Justin Jaquith

- 25 feb 2021
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 4 oct 2023
En los cuatro meses que llevo aquí robando papas de turistas distraídos, jamás había visto algo así—y creía que había visto de todo.
Salió la mujer primero, casi corriendo, su cara contorsionada por una furia generalmente reservada para los volcanes que están a punto de explotar. Llevaba a un bebé bajo el brazo. Con su mano libre, arrastraba a otro crío pequeño detrás de ella, como un remolque con dos llantas ponchadas, ya que éste rehusaba caminar. Un minuto después, vi al presunto esposo de la señora llegar a la salida del zoológico, seguida por una niña de quizá seis años. El señor se veía desesperado, casi maniático; no traía camisa y balbuceaba acerca del divorcio, mientras que la niña gritaba incesablemente de cabras endemoniadas o demonios encabronados o algo del estilo. Antes de salir, el hombre se detuvo, volteó hacia atrás y —con un pathos digno de dramaturgo— mandó a la fregada a todos y cada uno de los mamíferos, rodantes, reptiles, insectos, anfibios, pájaros y peces del establecimiento. Se fueron, dejándome con el pico abierto.
Quisiera reiterar, antes de seguir, que, aunque los cuervos tenemos la fama de ser traviesos, en realidad sólo somos curiosos. Por eso, todas las tardes cuando cierran las puertas al público, ando de jaula en jaula y de recinto en recinto, recogiendo, recopilando y repitiendo los eventos del día. Los animales me lo agradecen, pues la adicción al chisme es universal. Ahora que está cerrado el zoológico, pienso investigar los hechos de esta familia curiosa.
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Loro Cabeza Amarillo, Aviario
Yo los vi entrar. Llegaron primero a mi jaula. La típica familia feliz, tan cursi que casi no pude contener mi asco. La mamá alegre, arreglada, maquillada, exageradamente preparada para el día con una mochila diferente para cada hijo y tomando fotos de todo, seguramente para presumir su maternidad portentosa al mundo. El bebé sonriente en su carriola, rodeado de animales de peluche. El papá con una playera que decía “World’s Greatest Dad,” que no sé qué significa porque no hablo inglés. Dos niños que no dejaban de gritar de emoción. Estos chamacos me fastidiaron tanto con su ruido incesante que por fin les solté algunas palabrotas. Los niños repitieron las palabras con un gusto y volumen que me alegraron el corazón, y sus papás los llevaron con prisa.
Hipopótamo del Nilo, Estanque Central
Sí, vi a esa familia. Y me vieron a mí, qué pena. Salí del agua justo cuando llegaron. Gritaron de asco al inicio, pobres. Los comprendo. Este cuerpo es feo. Pero no lo elegí, ni lo puedo cambiar, ¿sabes? En general, los vi muy contentos. Nada fuera de lo normal. Por supuesto que me dijeron los mismos apodos de siempre: Gordo. Nalgón. Suegra. Entonces volví a esconder mi humillación bajo el agua y ya no supe más de ellos.
Cocodrilo Mexicano, Zona Selva
Los oí antes de verlos. Escuincles malcriados. Estaba yo dormido en el sol cuando llegaron con un escándalo bastante desconsiderado. Luego, las babosadas tan cliché: “¡Me está sonriendo! Mira, tiene los dientes por fuera, ¡qué ridículo! ¿Cuántas horas se ha de tardar para lavarse los dientes de noche?” Jajaja, que risa. Malcriados. El papá levantó al bebé para que me viera mejor, y abrí mi boca un poquito, salivando, pues se veía jugoso. Pero la suerte nunca me acompaña, y el bebé no se cayó. De repente, con una fuerza sorprendente en un bebé así, me aventó su osito de peluche. La mamá gritó, y muy triste le dijo al papá que ese osito había sido un regalo de su abuela, que era un recuerdo importante para ella y que si no lo podía alcanzar. Cerré mis ojos como si estuviera dormido. Ahora las cosas se estaban poniendo interesante. El papá se subió a una banca a unos dos metros de mí, se inclinó por la cerca y extendió su brazo—no tan jugoso como el bebé, y peludo como un chango. Qué flojera tratar de arrancar sólo un brazo. La presa siempre resiste demasiado cuando uno no muerde primero el cuerpo. Abrí mis ojos, y para pura diversión propia, me lancé hacia él con boca abierta. Funcionó de maravilla. El tipo gritó como nunca he escuchado a un hombre gritar, y se aventó hacia atrás. Ahora yo sí estaba sonriendo de verdad. El señor le dijo algo a su esposa que mejor no te repito, se fueron rápido y me volví a dormir.
Canguro Rojo, Zona Australia
Eran buenos padres, yo diría. La mamá traía botanas para todos y cuando sacó unos dulces, los niños se pusieron muy felices. Luego el papá metió al más chiquito en una mochila para bebés, y lo vi muy contento ahí arriba, jalándole el cabello al papá y babeándole encima. Los felicito a ambos, papá y mamá. Sé lo difícil que es tener críos pataleando y brincando sin parar, pero sin duda disfrutaron su paseo en familia.
Mono Araña, Monkeyland
Por supuesto que los vi. Tú sabes que aquí en esta jaula, dejan entrar a los visitantes. Las familias con carriola son nuestros visitantes favoritos porque siempre llevan comida. Mientras yo les distraía desde un árbol al lado del camino, dos de mis primos se metieron debajo de la carriola y saquearon las mochilas: cuatro sándwiches, una bolsa completa de papas, bolsitas con fruta y un montón de galletas. Les dejaron la zanahoria, por si tuvieran hambre después. Cuando los papás se dieron cuenta, nos gritaron mucho. Qué exagerados siempre estos humanos. Pero lo más divertido sucedió después. El señor traía colgado de su cinturón un juego de llaves. Brillaban en el sol, y yo no podía quitar mis ojos de encima. Cuando se agachó para amarrarle el zapato a uno de los pequeños, llegué con un brinco a su lado y arranqué las llaves del cinturón. Otro brinco y estaba columpiándome arriba, riéndome con mis primos. Un buen rato jugamos con el papá, aunque no sé qué tanto se divirtió. Nos aventó palos y cosas así, y le aventamos popó y cosas así, hasta que por fin nos aburrimos y dejamos caer las llaves en un estanque al lado del caminito. Las sacó con esfuerzo y se fueron, y no los vimos más.
Cabra Doméstica, Mundo Granja, Zona Interactiva
Sí, entraron aquí. Por supuesto. Todas las familias visitan esta zona. La niña en especial se quedó con memorias vívidas de su visita, supongo. Ella era la más feliz de todos, corriendo de un animal a otro. Luego se metió aquí al recinto de cabras con un poco de alimento, y nunca he visto una sonrisa tan grande. Bueno, hasta que se le acabó la comida. La quisimos convencer de que nos trajera más comida, empujándole como pelota entre todos. Las cabras somos…insistentes, diría yo. Y de cabeza dura, si me entiendes. Se cayó, pobre, y nos acercamos todos corriendo para ver si estaba bien, pero se friqueó bastante. Empezó a gritar y chillar como si le íbamos a devorar. Tan sensibles los críos humanos. No saben jugar. Y si van a repartir comida, que traigan lo suficiente para todos, ¿no crees? Eso se llama buena educación.
Puma, Zona Bosque
Aquí encerrado todo el día, viendo a tantos chiquillos carnosos y suculentos al otro lado de este vidrio mugroso, me vuelvo loco. Soy cazador. Cazo. Es lo que hago. Aquí sólo me avientan trozos de carne semicongeladas que satisfacen el hambre, más no el instinto. Quiero saborear la sangre dulce y caliente de una presa recién atrapada. Quiero escuchar sus gritos. Quiero matar. Cuando vi al niño parado al otro lado del vidrio, mirándome con tanta inocencia, ni lo pensé. Me aventé contra el vidrio con toda mi fuerza, imaginando cómo se sentiría enterrar mis garras en ese cachorrito gordo. Por supuesto el vidrio no se rompió, pero el pánico total de la familia me consoló. Huyeron gritando. Porque soy cazador.
Venado Cola Blanca, Zona Bosque
Yo no los vi nada felices. Los papás estaban serios, y los niños peleaban entre si. Pero te soy sincero, siempre es así. Las familias que logran llegar hasta acá andan ya en automático, aguantando, sobreviviendo. Escuché a la mamá decir que tenían que terminar el recorrido porque ya habían pagado los boletos, que pronto iban a empezar a divertirse, lo juraba. Justo cuando ella decía eso, el bebé vomitó encima de la cabeza del padre. Algo que comió, supongo. El papá le gritó algo feo al bebé, la mamá le gritó algo feo al papá, los niños se pusieron a llorar. Solo el bebé estaba feliz porque había sacado de la panza lo que le molestaba. El papá arrojó al bebé a la carriola, se quitó la camisa vomitada y me la aventó a mí. ¡A mí! ¿Yo qué culpa tengo?
Pavo Real, Zona Bosque
No se detuvieron a verme, ni por un segundo. Muy extraño. Y yo con mi plumaje extendido a full. ¿Para qué vienen al zoológico si no van a admirar a los animales más bonitos? Plebes. Aquí nadie me aprecia. De hecho, estaban casi corriendo cuando pasaron por aquí. El padre no llevaba camisa, y todo el mundo podía ver su pecho desnudo, pálido, pelón. Ni una pluma; nada de color. ¡Qué vergüenza! ¡Qué falta de virilidad! Con razón su mujer le dejaba atrás.
Flamenco Americano, Estanque de la Entrada
Los vi cuando ya iban de salida. La mujer decía que solo había querido un paseo bonito en familia; el hombre respondió que hubiera sido más bonito el paseo sin la familia. La mujer se enojó y le preguntó que a dónde quería ir sin su familia, y qué le estaba escondiendo, y sí tenía otra familia con quien quería salir o qué. El hombre dijo que estaba loca, que siempre intensificaba todo sin razón y nunca le había dado razón para dudar de él, y que ella no tenía vómito en todo el cuerpo ni le había querido tragar un cocodrilo, entonces que lo dejara en paz. Ella contestó que con mucho gusto le dejaría en paz, luego marchó, con el bebé en brazos y un pobre chiquillo detrás.
***
Hasta ahí llegó mi investigación. Los animales que llevan más tiempo aquí —los elefantes, los rinocerontes y las tortugas— me dicen que esto es normal. Lo han visto muchas veces. También me aseguran, con risas malvadas, que los que salen así, siempre regresan para otro paseo en familia.
©2021 Justin Jaquith

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