top of page

Cómo estar solo

  • Foto del escritor: Justin Jaquith
    Justin Jaquith
  • 11 feb 2021
  • 7 Min. de lectura

Trabajo poco y gano bien, y ya me aburrí de estar solo. No tengo novia desde hace más de un año. Quiero conocer a una chica que sea guapa (o en su defecto, inteligente) aún si es solo por una noche. Soy apuesto, listo, siempre bien vestido…no sé porqué las mujeres me huyen. Tal vez las intimido con tantas cualidades. Mis amigos me aconsejan que vaya a un bar que recomiendan, que ahí es el mejor lugar en toda la ciudad para ligar. Tengo poca experiencia en ese deporte, pero mucha urgencia, así que busco en línea, “Cómo ligar a una chica”. Los pasos son sencillos:

1. Asegurarse de que esté disponible.

2. Empezar una conversación casual.

3. Sonreír, mirarle a los ojos y ser divertido.

4. Buscar los intereses en común.

5. En el momento correcto, iniciar contacto físico.

6. Había otro paso aquí, pero no recuerdo cuál era. Me contentaría con llegar al 5.


Terminé con mi novio la semana pasada. El duelo duró por mucho veinticuatro horas, y ahora la libertad que había perdido durante los seis meses que anduvimos me sabe muy dulce. Me gusta estar sola. Me gusta la independencia. No sé por qué me dejé llevar por promesas vacías y chocolates baratos. Nada que empieza con chocolate barato termina bien.


Hoy, terminando mi turno en el bar donde trabajo, voy a renunciar. Llevo cinco años aquí de bartender, pero aquí no hay futuro. Me han prometido aumentos, ascensos, bonos, incluso que llegaría a ser socio, pero son engaños para que siga perdiendo mi vida en esta cueva apestosa donde sólo llegan a tomar y ligar. El dueño es un gran patán, los clientes son pequeños patanes, y ya me aburrí de siempre oler a cigarro y alcohol cuando ni fumo ni tomo. Ya tengo dinero ahorrado. Algo mejor me espera.


Llego al bar a las 8 de la noche y me siento en la barra. Pido un tequila para afilar mi irresistible sentido de humor. Los hombres solemos ser más divertidos después de un par de tragos. Miro alrededor. Son pocas las chavas y muchos los chavos. No soy el único aquí con estas intenciones. Va a ser difícil cumplir con el paso 1: encontrar a alguien disponible. Pero algo saldrá. Pido otro tequila mientras espero a que entre alguien bonita, disponible y dispuesta, en ese orden, aunque el último es preferencia no requisito, ya que la puedo convencer.


Se me antoja salir con mis amigas para celebrar mi independencia recuperada. Hay un bar cerca de mi departamento. Nunca he entrado, pero no se ve tan mal por afuera. Hago algunas llamadas. Es una invitación a última hora y ninguna de mis amigas me puede acompañar. Ni modo, me gusta estar sola.


Un chavo bien vestido y mal portado mi pide un tequila y se lo sirvo. Conozco su especie: patán. Mirrey patán, para ser más específico. No dice gracias, ni siquiera me ve; solo escanea el salón como un gato hambriento buscando alguna paloma para devorar. Esta noche son pocas las palomas y muchos los gatos, y no creo que este gato mirrey patán tenga éxito. Ojalá y no. Los gatos siempre se creen mucho. Pasa media hora y me pide otro tequila. Luego otro. Cero modales, cero cerebro. Son las personas como él que me hacen odiar mi trabajo.


Llevo una hora y tres tequilas, y nada. Qué aburrido. No quiero regresar a casa solo. No quito mis ojos de la puerta. Hay que estar listo.


Llego sola y entro al bar. No es ni bonito ni feo, solo un bar más en una ciudad grande. Ojalá aquellos chavos zopilotes sentados en fila lúgubre en la barra me dejen en paz. Son muchos, y me están viendo como carroña fresca. Me siento en una mesa y finjo ver la hora de vez en cuando, como si estuviera esperando a alguien, para que sepan que no ando en busca de nada menos soledad, libertad y una bebida. Entiendan, zopilotes.


Desde mi lugar detrás de la barra, veo cuando entra una mujer joven, atractiva y bien vestida. Y sola. Tiene cierta presencia, un aire de confianza que le hace aún más bella. Todas las cabezas masculinas voltean a verla, todos sus ojos la siguen mientras busca mesa, incluso los hombres que están con alguien más. Qué ridículo.


A las 9 en punto veo entrar a dos chicas hermosas, idénticas. Han de ser gemelas. Luego reacciono: los tres shots me están haciendo ver doble. Es una sola chica. Pero sí es guapísima, en eso no me equivoqué. Se sienta sola en una mesa. Parece que espera a alguien, pero creo que se le hizo tarde; y quien llega tarde, ni oye misa ni come carne, decía mi abuela. Me acerco antes de que alguien más la pueda reclamar. El mundo pertenece a quien se atreve. —Soy Benjamín, —le anuncio con voz aburrida, sutilmente superior, para que me empiece a desear, por ser un objeto fuera de su alcance— pero me dicen Benny.


No lo puedo creer. Ni dos minutos llevo aquí, y uno de los zopilotes ya descendió. Insiste en darme su nombre y su atención, ambas cosas sin mi consentimiento, y ahora está parado, inmóvil, al lado de la mesa, con una sonrisa tan vacía como su mente. Un tarado helado parado al lado. La rima secreta me saca una sonrisa desdeñada, pero no le miro ni le contesto al chavo. Pobre, le ha de doler mi obvio desinterés, pero hay que mandar a volar a los zopilotes. Le hago señas al bartender, que por favor me traiga un menú.


El mirrey tragatequilas se acercó a la mujer sola con tanta prisa que ni lo vi. ¿Tal vez se conocen? Al ver la cara de ella mientras él habla, lo dudo. La chica me pide un menú. “Menú” es una exageración: tenemos alitas descongeladas, papas ahogadas en grasa y un par de botanas plásticas más. Algún día tendré mi café propio, con esto sueño; pero ahora, por lo menos por una noche más, me veo obligado a envenenar a la humanidad con esta chatarra. Creo que la mujer apreciaría algo mejor de lo que recibirá aquí, tanto en alimento como en compañía. Le extiendo el menú y me sonríe. —Gracias —me dice, y el simple gesto de cortesía me recuerda que no todo el mundo es patán.


La chava me sonrió. No tengo idea qué estará pensando, pero una sonrisa siempre es una buena señal. Toma aire. Luego suspira fuertemente. No dice nada, ni me mira. Qué difícil hacer conversación casual cuando la otra persona tiene pésimos modales. No importa, le conquistaré con mi conversación casual (el paso 2) y mi buen humor (el 3) y así sucesivamente hasta llegar al toque físico (el 5), la cima de todo encuentro. —Soy arquitecto, —le presumo— y también autor. Bueno, escritor, porque todavía no publican mi libro. Es que los temas que me interesan son muy filosóficos, demasiado profundo para la gente común y corriente, para que me entiendas… —Continúo hablando dos o tres minutos más así, o tal vez quince o veinte. No pongo atención a la hora por lo interesante que me parece todo lo que estoy diciendo acerca de mí. El tiempo siempre vuela cuando fluye así un monólogo entre dos personas. Ella constantemente ve su celular, fingiendo desinterés para hacerme perseguirla más.


Benny el zopilote no para de hablar. Le he dicho un par de veces que quiero estar sola, que estoy esperando a alguien, pero es muy insistente y poco inteligente, una terrible combinación. Creo que el bartender se ha dado cuenta de mi frustración. Intercambiamos sonrisas privadas de resignación. Noto los tatuajes en sus brazos y cuello. Ha de tener unos treinta años, tal vez un poco menos.


Normalmente no me meto en los asuntos de los clientes, pero es obvio que la mujer sonriente es tan buena persona, y el mirrey tan denso, que esto no va a terminar bien. Me acerco al tipo y le digo en voz baja. —Amigo, aquí entro nosotros, si el dueño del bar te ve con su novia, créeme que no te irá bien. Él es una persona de carácter…fuerte, si me entiendes. —Funciona de maravilla. La mujer y yo observamos mientras regresa casi corriendo a su asiento. Denso, y cobarde además. Volteo con la mujer para tomar su orden. Me pregunta qué recomiendo y le digo que recomiendo un café cerca de aquí que tiene sándwiches muy ricos. Se ríe, una risa que me hace sonreír también. Me encarga un martini nada más. Buena decisión.


Desde mi lugar en la barra hago señas al bartender, para que mi sirva otro tequila, pero sigue con la chica y finge que no me ve. No me cae bien para nada ese tipo. Hay algo en su mirada… Ha de estar celoso de mí.


Algo le dijo el bartender al zopilote, y éste regresó a su lugarcito, callado y castrado. Es un alivio. Y es un buen gesto departe del bartender. No fue necesario, me sé defender, pero se nota que es un caballero. Un caballero tatuado. Qué rica sensación que alguien haya pensado en lo que yo quiero. Durante seis meses viví todo lo contrario. Ojalá hubiera más hombres como él. Está atrás de la barra ahora, rellenando vasos y cobrando a zopilotes solitarios. Es guapo, admito. Un poco serio, pero eso me gusta. Preferiría estar con alguien que sabe trabajar, no ligar. ¿Qué estoy pensando? Vine aquí para celebrar mi independencia, no para ser conquistada. Pero ¿si yo le conquisto? Eso no es retomar la independencia, no perderla. Ahí viene con mi bebida. Le voy a invitar a ese café que me recomendó. A ver qué pasa.


Ya renuncié. Hace diez minutos, de hecho. ¿Para qué esperar hasta el final de mi turno? Ni le llevé su último tequila a ese patán zopilote. A mi lado está Rebeca. Así se llama la chica solitaria que me está cayendo mejor cada minuto. Vamos al café a la vuelta por unos sándwiches. Y luego…pues, como ya dije, algo mejor me espera.


Sigo esperando mi tequila. ¿A dónde habrá ido ese bartender celoso? Qué terrible servicio aquí. Y ya me aburrí de estar solo.

Entradas recientes

Ver todo
El cuentazo

Ya he decidido. La protagonista de mi siguiente cuento será una joven de dieciocho años que está haciendo planes de huir de un matrimonio...

 
 
 
Síndrome de Estocolmo

Mi captor por fin duerme. Casi no respiro. Durante más de una hora, tal vez dos, he fingido estar dormido, esperando este momento, y no...

 
 
 
Pequeñas interrupciones

El canguro azul que brincaba con energía inagotable por fin descansa. Se encuentra ahora recostado sobre una cobija donde juegan...

 
 
 

Comentarios


©2021 Justin Jaquith

bottom of page